El debate sobre si estamos ante un nuevo paradigma económico impulsado por el blockchain generar entusiasmo y dudas por igual ante autoridades, reguladores, organismos financieros, sector público y privado. Un debate que debe seguir nutriéndose de diversos puntos de vista.
La punta de lanza es el blockchain, una infraestructura con gran potencial para ser aplicado en cadenas de suministro, transacciones, verificación de identidad o registro de títulos. Opera como una base de datos distribuida entre nodos - o integrantes de una red- que permite el registro permanente de cualquier transacción de forma descentralizada, transparente y segura.
Una de sus principales ventajas está la seguridad al momento de transaccionar datos, pues se lleva a cabo en una red cerrada, que no puede modificada o alterada, salvo que haya un consenso del 51% de los participantes.
También destaca la facilidad para intercambiar información de valor –de cualquier tipo: monetaria, contractual, informativa- sin necesidad de intermediarios.
Es también la plataforma en la que operan las criptomonedas, las cuales no dependen de un Banco Central o un organismo financiero, si no de la convención de una comunidad, dispuesta a brindar su confianza a los emisores de ese valor, el cual aumenta o decrece conforme se utilice para realizar transacciones.
Se calcula que hay unas 1,700 criptomonedas, cuyo valor radica en sus características: la seguridad de su criptografía, el hecho que se desarrollan en un sistema distribuido, donde la información y la validación de las transacciones se realiza a través de diversos nodos de la red.
Las criptomonedas operan en un sistema descentralizado, pues depende un algoritmo cuya validación depende del consenso de los participantes. Dado que todas las decisiones deben ser tomadas por la mayoría de quienes participan en la red, implica la creación de numerosos bloques de información, lo que las hace más difíciles de vulnerar.
Estas características generan entusiasmo porque se vislumbra como un sistema altamente transparente, lo que permitiría reducir prácticamente a cero prácticas ilegales como evasión de impuestos o lavado de dinero; así como la posibilidad de incluir a cada vez más personas, tan solo con el acceso a un teléfono con conexión a Internet, además de abaratar costos, especialmente en comisiones.
Son también estas características las que generan cierta preocupación: ¿quién es la autoridad que respalda ese valor? En el caso de los países, son los Bancos Centrales, las Reservas Federales. ¿Qué ocurre cuando el valor es meramente especulativo?, ¿podría ser una burbuja que implique una gran pérdida de riqueza?, ¿qué pasará cuando las computadoras sean más poderosas y eficientes y pongan –verdaderamente en riesgo- la criptografía?, ¿puede el sistema evolucionar para sustituir al actual sistema económico?
Las preguntas no son fáciles y por eso es tan importante contar con espacios que faciliten el intercambio de puntos de vista: ¿estamos ante un cambio de paradigma?, ¿es el inicio de un nuevo sistema financiero?, ¿qué jugadores del mercado podrían liderar esta revolución?, ¿qué pasaría con los países que han prohibido las criptomonedas?, ¿cuál será el papel de los reguladores económicos?
Este diálogo será un motor con el que avanzará esta transformación digital. Es necesario escuchar todas las voces para tomar las decisiones que aporten valor futuro.